Buscando a Coco

Hace un mes se perdió Coco.

No fue un acontecimiento épico o remarcable como me hubiese gustado, sino que fue un simple accidente, un descuido. Mi padre dejó abierta la puerta trasera y la pug salió corriendo como era su costumbre, pero esta vez, nos dimos cuenta muy tarde, dos minutos tarde, que fueron necesarios para que ella corriera a toda velocidad hacia la carretera. Dos minutos bastaron para que una camioneta que pasaba por razones sin importancia por ahí se detuviera y alzara a la cachorra, para jamás devolverla.

Para quien fuese el conductor y sus acompañantes (si es que había) fue su día de suerte, para mi familia, para mí, fue un día horrible por esa y miles de razones.

Muchos dicen y seguirán diciendo que es solo un perro, que hay miles en el mundo, en millones de hogares y en millones de calles… se ve que jamás han querido a un perro de verdad.

Un perro, es un amigo que jamás te va a decir que te entiende lo que sientes, que siempre estará a tu lado sin importar lo que pase y que cree en ti; pero sabes que lo hace, sabe demostrarlo mejor que muchas personas, a veces solo necesita mover un poco la cola o lamerte la cara para que sepas que es tu mejor amigo.

Coco llegó cuando mi familia más la necesitaba.

Acabábamos a perder a quien para mí y mis hermanos fue una abuela, un abrigo y un ejemplo. Mi madre, perdió a la persona a quien le debía la vida y más, su verdadero amor; y mi padre perdió un apoyo incondicional y una amiga. Todos estábamos devastados, y por mera coincidencia, nos regalaron una cachorra de pug, esa raza chistosa o incluso un poco fea que está de moda en estos días.

Poco importaba su mala conducta, sus ladridos a las seis de la mañana, su increíble apetito tanto por comida como millones de otras cosas como fueron muchos de mis audífonos, sus mordidas en plan de juego y la pintura caída de la puerta principal por sus rasguños; todo eso, quedaba de lado cuando te veía llegar y era la primera que te saludaba, cuando en las mañanas de sábado te despertaba a besos e incluso, todas las veces que estaba decaído y ella guardaba todas sus ansías para sentarse a tu lado.

Era una perra sumamente lista, como ninguna otra que había conocido. Sabía reconocer órdenes con dos horas de práctica, sabía exactamente lo que le pedías traer e incluso sabía cuándo ignorarte ya que no le interesaba escuchar tus reclamos por la tarea rota.

Pero bueno, todas las risas, angustias, alegrías y buenos ratos no importaron a quien iba en la camioneta, supongo, que sólo vio una oportunidad de tener un perro, sin considerar que el perro ya tenía a quienes esperaban en casa.

Colocamos anuncios en todos lados, difundimos en redes sociales y pedimos difusión en las radios locales. Nada.

Pero está bien, no esperaba un milagro, más bien, un poco de empatía por quienes se la llevaron.

No la hubo, no hubo nada.

Ha pasado un mes y mi familia parece ya haber continuado, pues decidieron adoptar otro perro.

Yo me quedé atrás, yo soy quien sigue esperando llamadas para recibir noticia y quien sigue pegando carteles en otras colonias.

La lógica y muchas personas dirán que es mejor que ya lo olvide, que disfrute al nuevo cachorro y deje de perder el tiempo… pero no puedo, no es tan fácil.

Aunque duela, creo que mantendré la esperanza y terquedad, que un día, no sé cómo ni cuándo, vuelva a sentir unos molestos resoplidos en el oído y lengüetazos un sábado por la mañana. Tal vez después de una tarde de viernes, que la puerta principal haya sido rasguñada de nuevo después de unos ansiosos aullidos, vuelva a ver a mi mejor amiga y razón de alegría en tiempos difíciles.

Se sigue buscando a Coco.