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Mi nombre es Joaquín, y soy guitarrista. He tocado en los grandes teatros de Europa, Asia y Sudamérica. Me he presentado en París, Roma, y Viena. Me he presentado también en Barcelona: ¡en la bella España! Oh, pero también… soy un pobre diablo. Miles de gentes me ha tocado ver en frente del escenario; butacas llenas, el teatro a reventar… Pero no conozco a nadie. Todas son siempre caras ajenas, desconocidas… escudriñando mi ser y mis manos cada vez que toco, esperando llenar sus vacíos internos de la vida diaria. A nadie le importo; sólo mis dedos moverse entre las cuerdas y el sentimiento que produzco en ellas. Sí… el sentimiento. ¿Por qué la gente buscamos tan ansiosamente producir ciertas emociones, como si de heroína u otra droga se tratara? Felicidad… enojo… miedo… ira…alegría… Dios, el ser humano es complicado. “Ser social por naturaleza”, dicen algunos… pero ¿qué tal si no todos entráramos en esa categoría?, ¿qué tal si unos cuantos nacimos diseñados para ser músicos?
Yo nací en Puebla, México. Mi madre se dedicaba a vender gorditas mientras que a mi padre jamás lo conocí. Nunca quiso hablarme mucho al respecto, y por mi parte yo no soy del tipo que pregunta demasiado. Desde chico aprendí a tocar guitarra: me gustaba subirme a los camiones después de clase y cantar algunas canciones para ayudarle a mi mamá. Nadie me enseñó; fui autodidacta, así como muchas cosas en la vida se aprenden de esa manera. También hacía muchos mandados a las señoras, limpiaba carros, boleaba zapatos, vendía dulces, estafaba niños… hacía de todo. Mi niñez fue de infancia laboral, pero eso sí, el poco tiempo que tenía libre se lo dedicaba a mi hermosa guitarra. Oh, su sonido me cautivó desde el primer día que la escuché. Me acuerdo que fue en un parque. Un joven sin quehacer practicaba una canción cuya tonada ya no me acuerdo, pero estoy seguro que era de la iglesia. En lo personal, yo no creo en esas patrañas de Dios, el Universo y de más jaladas; pero desgraciadamente tengo muchos conocidos a los que sí. En fin, ese es otro punto. Por años practiqué y practiqué, y mis habilidades en el instrumento se hicieron cada vez más asombrosas. “¡Mira a ese niño, es un prodigio!”, decían. Con el tiempo, el pesito se convirtió en plural, e incluso algunos me daban hasta 20 o 50 pesos. Eran contados los casos, claro, pero para un niño de tan sólo 9 años era como recibir el tesoro escondido del pirata Morgan.
Cuando mi mamá se volvió a casar, tuve más tiempo de practicar. Llegué a tocar seis horas diarias mi instrumento; eso sí, con las inmediatas consecuencias en mi boleta de calificaciones. A mi madre no le gustó eso y me regañó duramente. Pero curiosamente y a pesar de no ser nada mío, mi padrastro vio un talento natural en mí, y él siempre me alentaba a que siguiera tocando. A pesar de no ser mi padre, debo admitir que era un gran hombre. No tratábamos mucho, pero el poco tiempo en que lo hacíamos siempre era inolvidable. “Serás un gran músico”, me decía. Y así, de buenas a primeras, un día trajo consigo a Leo Sandoval, mi primer maestro de guitarra clásica. “Mira, Joaquín.-me saludó desde la puerta.- Este hombre será tu maestro de guitarra, ¿qué te parece?”. Mi reacción fue indiferente; yo ya sabía tocar, ¿qué podía enseñarme aquel sujeto? Sin embargo, cuando lo escuché interpretar “La Catedral”… maldita sea…soñé… soñé en ese momento y con mis ojos asombrados que un día iba a tocarla. Era demasiada mi emoción. Y con esa expectativa, comencé mi carrera hacia el virtuosismo.
Mi mundo se hacía cada vez más pequeño. Los días en que veía a los niños en la cancha jugando futbol quedaron atrás, y el aire fresco fue sustituido por el aire reducido de mi cuarto; siempre con el atril enfrente de mí siempre con las hojas con negras, blancas, redondas… Sin embargo, lo hacía con gusto: me divertía. Encantado de la vida y de mi progreso, con el tiempo alcancé el estudio de ocho horas diarias en mi instrumento.
Me familiaricé con Leo Brower, Julio César Oliva y tantos magníficos compositores que cada día me deleitaban el oído. Crecí y crecí… al igual que mi técnica guitarrística. Y llegado su momento, decidí que quería ser concertista. Al final, mi mamá y mi padrastro me apoyaron rotundamente, y con su aprobación, partí de mi ciudad natal para entrar en una escuela del norte del país, pues poseía a uno de los mejores maestros de guitarra de toda Latinoamérica: Martín Madrigal. Entré a la escuela sin dificultad, pero como siempre: no conocía a nadie. Todas eran caras extrañas…No sabía que decirles. “¿Cómo te llamas?”, me preguntaban. Les decía mi nombre. “¿Por qué entraste a estudiar música?” <
Gané muchos concursos regionales y nacionales durante mi adolescencia, pero a mitad de carrera musical, empecé a hacerlo también en los internacionales. Poco a poco mi nombre comenzó a ganar prestigio, y cuando salí, inmediatamente las escuelas de música de diferentes partes del globo peleaban por mi maestría en sus instalaciones. Por supuesto, elegí España (nada mejor para estudiar flamenco que en la tierra en donde se originó). Sin embargo, jamás conocí sus calles, ni tampoco sus maravillosas atracciones. Debía estudiar. Al final terminé presentándome en las principales ciudades del mundo; estudiaba 14 horas diarias, pero mi madre había fallecido, mi padrastro se había ido a EUA, no tenía hermanos y la verdad ningún amigo. Cuando miraba alrededor del cuarto, no veía a nadie. Sólo a mi guitarra, a mi eterna guitarra. Y ella fue mi amiga fiel hasta el final de mis días. Por ella viví, por ella morí y por ella no tuve a nadie más sentado a lado de mi tumba una vez que me llegó la hora. Por eso fui grande, pero en el fondo siempre fui un pobre diablo. Aunque por ella… por esa gran señora llamada guitarra… quizás haya valido la pena todo ese dolor. Me pregunto ahora si todo mi esfuerzo y sacrificio… significó algo para alguien más.
Jung's shadow is torturing the head of a single man, until one day he can't hold it anymore.
01Historia de transición entre la primera y segunda parte de Un Mundo de Sueños.
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Published on February 21, 2016
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