Evolutiva

Aquella tarde fue una despedida. Solo que él lo supo a la tarde siguiente.

Los niños solían volar con alas de papel, esquivando lagos de lodo y montañas de piedras. Su estado corpórea se elevaba a la limites insospechables cuando, acostados en la grama, sentían los rayos del sol colarse entre el baile de las hojas y el viento y como toda tarde, en la banco de la redoma se prometían verse al día siguiente.

Los ya no tan niños seguían en la grama, robándose miradas fortuitas, cavilando entre un mundos nuevos e incomprensibles, a veces acompañando a las hojas cayendo sin vidas y a veces creando nuevos capullos que florecerían con el tiempo.

Los jóvenes ya no volaban con alas de papel, si no con el calor de la piel. Los rayos de sol parecían encandilar la flama de sus corazones, unidos por sus dedos entrelazados, por sus labios rozándose y por las miradas finalmente compartidas. A veces las ropas sobraban, a veces las palabras soltaban, pero entre verano e invierno los jóvenes seguían en la redoma, sentados en la banco, creando un mundo juntos.

Aquella tarde fue una despedida. Era primavera y las gotas de lluvia inundaban la redoma, ahogando la tierra que se volverá fértil. Los jóvenes estaban en la plaza, sentados en su banco. Las palabras fueron cobardes, los besos calentaban el cuerpo y el adiós se despidió melancólicamente. Solo que él lo supo la tarde siguiente.

Aquel verano no fue tan caliente, aquel invierno no fue tan frio, y las estaciones siguieron corriendo, albergando niños que volaban con alas de papel, pero siempre extrañando a los que esquivaban lagos y montañas. Cuando fue imposible contar el tiempo y el banco de la redoma ya estaba esquivado, dos almas viejas se reconocieron a la distancia y una última mirada compartida fue regalada.

Las hojas bailaron con el viento, el sol encandilaba la piel y las golondrinas liberaban los males a sus pasos.

Aquella tarde el adiós fue nostálgico.